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El peronismo perdió el equilibrio y anda a los tumbos, como intentando hacer la vertical en el zamba del viejo Italpark. El que manipula la velocidad y el ritmo del juego es una experta en el mundo del swing de la política. Con 84 años, la jueza electoral María Servini sigue marcando el galope de los partidos políticos.
La magistrada se ha llevado bien, regular y mal con muchos políticos. Sólo con un puñado de ellos casi nunca se llevó. En esa lista, quizás Cristina Kirchner sea la más preponderante. Aseguran que la relación siempre fue fría, si es que hubo relación.
La ex presidenta sabe que en las muñecas de la jueza se decidirá buena parte de su futuro político inmediato. Eso, según cuentan, la pone de mal humor. «Cristina le escapa a los que no puede someter. A los que, de alguna u otra manera, tienen el mismo poder que ella. Les escapa. Néstor era igual», cuenta un viejo peronista, ex funcionario y legislador, que a principios de este milenio ayudó a armar la estrategia fundacional del kirchnerismo.
Lo último que esperaba Cristina es caer en la red de Servini de Cubría. Se metió sola, cuando decidió auto-postularse para conducir el PJ, partido al que aseguran siempre detestó. Como se dijo y se dice (y casi todos saben), quiere liderar el peronismo para ganar centralidad ante el descalabro de los que supo comandar y, en muchos casos, hoy la enfrentan o se le paran de manos.
Buena parte del odio que la ex presidenta y su hijo Máximo sienten sobre ese grupo de «desleales y desagradecidos» recae sobre el nuevo Judas, Axel Kicillof. Pero también hay varios intendentes del GBA que hasta no hace mucho eran soldados dispuestos a todo para defenderla. Como el de Avellaneda, Jorge Ferraresi, o el de Ensenada, Mario Secco.
También entre los díscolos parecen estar todos los gobernadores. Ninguno hizo un gesto público para apoyarla en su candidatura al PJ. Ni siquiera el gobernador de los milenios, Gildo Insfrán, ni el santiagueño Gerardo Zamora.
Más que una líder del peronismo, Cristina decidió (o por lo menos así la ven sus viejos aliados) convertirse en la jefa de La Cámpora, una agrupación que nació desde el poder y que a pesar de nutrirse durante tantos años con cajas públicas incalculables, siempre ha fracasado en erguirse como alternativa de poder real.
La dependencia de Cristina con Servini es crucial y perentoria. Cristina debe zafar de tener que revalidarse en una elección interna a presidente del PJ, las primeras de toda su larga historia, con alguien considerado insignificante para ella: Ricardo Quintela.
Ordenó bajar «la lista de Kicillof», como ella la identifica cuando se embronca. Pero necesita que la jueza electoral le guiñe el ojo y sentencie la defunción del atrevimiento del gobernador del noroeste.
La presión sobre Servini la ejercen dos de los más importantes operadores judiciales que integra la escudería del kirchnerismo de paladar negro. Gerónimo Ustarroz, hermano del siempre alistado para ser candidato sin demasiada suerte, Wado de Pedro; y el penitente Ministro de Justicia bonaerense, Juan Martín Mena.
Como contó Clarín, hubo dos reuniones entre Cubría y los emisarios K. La Jueza, con tantos años como magistrada, no habría tenido demasiada paciencia para los planteos que mandó Cristina.
Palabras más, palabras menos, la jueza habría dicho que ni quiere escuchar de los planteos contra la lista de Quintela sin antes hablar de lo más importante: cómo piensan afrontar la logística, gastos, seguridad, urnas y demás menesteres de una elección. Quedan sólo 20 días para la supuesta votación.
Además, a Cubría le genera enormes dudas el padrón. ¿Cómo puede haber 3.000.000 de argentinos que pertenecen al partido y en lo que sería la primera elección de su historia, el kirchnerismo asegura que votará sólo el 10%?
Está claro que el padrón está más dibujado que las películas de Disney. «Muchachos, no hay depuración desde hace años y en el medio hubo una pandemia que dejó un tendal de muertos»; habrían escuchado Ustarroz y Mena.
En este contexto, los que conocen bien a la jueza dicen que estaría madurando la decisión de suspender la elección, sin pronunciarse sobre la orden de Cristina de bajarle la lista a su adversario. En el Juzgado Electoral hay quienes recuerdan en voz alta: «Chuchi (como le dicen a la jueza) ya dispuso intervenir el PJ, con un quilombo mucho menos visceral que este. Lo nombró a Luis Barrionuevo».